Tengo pánico.
¿Cómo voy a caminar si puedo caer tan fácilmente?
Me tapo los ojos con temor.
Los susurros de aquellos oscuros fantasmas comienzan instantáneamente.
Me repiten constantemente que no sé caminar, que es muy peligroso, que no puedo.
Aquellas palabras se unen en una sola voz, mi propia voz.
La rechazo.
No voy a dejar que ella me controle.
Abro los ojos y veo una luz adelante mío.
Una mano.
No sé de quien es, pero necesito tomarla, por alguna razón que no entiendo.
Entonces temblando, pero cegada por aquella luz, doy un paso.
De repente varias voces, sin rostros, me animan a seguir.
Doy otro paso.
Las voces se hacen más fuerte, como si estuviera en el medio de un estadio.
La adrenalina comienza a correr por mis venas.
Quiero correr, quiero volar, quiero ser libre.
Con mis manos extendidas, doy pasos cada vez más rápido.
La multitud aplaude, excitada.
Sonriendo, fijo mi vista adelante de mi.
La luz está ahí, brillante.
Pero la mano no.
Me asusto, pero no puedo dejar de correr.
De repente, aquellos alientos, se convierten en burlas, en insultos.
Dejo de correr, pero el piso es resbaladizo y me deslizo sin control hasta que choco contra una pared.
Caigo al suelo.
Un grieta se abre.
Las voces ríen.
Imposible seguir avanzando, me sumo en la vergüenza y me hago una bola en el suelo.
Las voces se alejan, riéndose hasta convertirse en un suspirio.
La luz se apaga, la oscuridad vuelve.
El show acabó.
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