19/8/10

La luz del sol traspasó mis párpados y entonces desperté. Abrí los ojos y no recordé donde estaba, no sabía que había pasado. Me incorporé y dirigí mi vista hacia la derecha. Nada, sólo campo y la soledad. No había nada. Comencé a desesperarme y a pensar con angustia que no iba a estar ahí, por el simple hecho de que él no me correspondía, yo no era lo que él necesitaba. Con los ojos llenos de lágrimas y a punto de desbordar, bajé la vista rendida.
Fue entonces cuando sentí algo inesperado junto a mi mano: su mano. Su tacto cálido y tranquilizador era algo imposible de no reconocer para mi. Esperé unos minutos, convencida de que era una simple ilusión y cuando me decidí, giré hacia mi izquierda. Lo primero que vi fue su boca, con esos labios que tan buen sabor tenían, curvada en una sonrisa, la sonrisa que me hace sonreír. Me contuve, sonriendo, antes de mirar más arriba y encontrarme con sus ojos.
Cuando lo hice, me arrepentí. Sabía que jamás podría sacar la mirada de aquellos ojos marrones profundos que me hacían pensar tantas cosas, me hacían sentirme querida, me hacía preguntarme en qué pensaba, me hacían no querer pensar nunca más. Comprendí que él no se había ido, se había quedado junto a mi. Me esperancé? No, no creí ser tan afortunada como para poder esperanzarme. Pero poco me importo. Estreché mis brazos suavemente alrededor de su cuello y su perfume me inundo hasta lo más profundo de mi. Sabía que no se quedaría para siempre, pero necesitaba creer, que podía retenerlo por lo menos, un poco más. Suspiró.

No hay comentarios.: