Pero algo había cambiado. Caminé, quién sabe cuantas horas o días o tal vez años, realmente no lo sé, hasta que llegué a él. No se sorprendió al verme y tan pronto como lo hizo, extendió sus brazos, esperándome. Y ahí es cuando todo dió un giro; me aterré frente a esta reacción y en vez de correr hacia su abrazo, me encontré huyendo. ¿Valía la pena, luego de tanto tiempo, escapar? Realmente no lo sé. Una vez más en el principio. Esta vez, suspiré.
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